La montaña es culpable

Acuso aquí y ahora a todas las montañas de ser las culpables de causar la muerte a miles de personas. Las montañas que sembradas sobre la faz de la tierra y a las que nadie hace sombra, permanecen impávidas antes los últimos hechos acontecidos. Véase un vuelo de bajo coste que vino a cruzarse en su descanso eterno de milenios. Ante el inminente impacto del aparato, las montañas ni si inmutaron. No quisieron levantarse para colocar su cama, ni siquiera ladearse un poco en su lecho, para buscar una mejor posición. Y ante la muerte de tantos inocentes, apenas han mostrado en su rostro un gesto de desaprobación. Las montañas siguen esperando y no se moverán ante los designios que nos depare el futuro. Ni siquiera el barreno que las atraviesa con autopistas de pago las conmueve.

Y luego está el papel del suicida que valora su vida y las de los demás en nada y se las ofrece a la fría roca y al musgo trasnochado. Nadie gana, todos perdemos, menos las montañas que aumentan sus cifras de ahogados en la ducha de su silencio. Cuando bebamos un vaso limpio de agua, mirar en esa translucida sustancia, la sangre, los sueños, la locura de un desalmado, la quietud del cielo apresada en la roca.

Pues son los ríos las lágrimas de las montañas, que aún sin oírlas, gimen todos los días por no salir de su coma impuesto por la grandeza del cielo.

Descansen los pasajeros, donde siempre van las nubes a cantar nanas a esas calladas montañas que tanto nos ofrecen en la vida.

K2

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